Nuestra Historia

El dibujo que nos cambió a todos

A mi ahijado Mateo le pasaba algo. Estaba más callado, como apagado, y le dolía la tripa continuamente. No quería comer y empezó a no dormir por no soñar.

Aunque eso último solo lo supimos meses después.

Aparentemente no tenía problemas. Sacaba buenas notas, tenía amigos en el cole y cuando sus padres le preguntaban, decía que todo estaba bien. Lo llevaron al médico que, tras varias pruebas negativas, lo derivó para que vieran si las malas digestiones y el dolor continuo de tripa se debían a alguna alergia.

Hasta que un día sus padres encontraron un dibujo en el que Mateo aparecía rodeado por un grupo de niños, o de sombras, entre las que destacaban tres, pintadas de negro y con las caras tachadas.

Aquel dibujo fue la grieta por la que, por fin, se desbordó todo lo que Mateo había estado sufriendo solo y le contó a sus padres el infierno por el que estaba pasando. Tres niños de su clase lo acosaban desde hacía meses. Tres lo insultaban, lo señalaban y hasta habían empezado a agredirle, pero otros dieciocho, es decir, toda la clase, lo consentía en silencio y le daban de lado.

Sus padres, con un disgustazo, fueron a hablar con el colegio. La directora pareció mostrar comprensión. Pero esa comprensión se convirtió en prisa por cerrar el asunto primero y presiones para que se llevaran al niño de allí después. Durante las reuniones que mantuvieron, los padres de Mateo tuvieron que escuchar cosas como que a los 7 años no hay bullying, que eso es más de secundaria, que no hay que exagerar las cosas de los críos, y que los dibujos que pueda hacer un niño no significan nada, “a ver si nos creemos aquí Freud”.

En fin.

Mateo salió de ese cole, claro. Pero lo que había pasado allí no salió de él tan rápido. Cargaba con una mochila de injusticia, de vergüenza y de derrota. Y sus padres también. Todos los que les queremos, en realidad. Es un tema que solo cuando se vive cerca, te hace darte cuenta del nivel de estrés que se introduce en la familia.

La primera carta

Le escribí una carta a Mateo. Una lista, más bien. No le contaba nada que no supiera: solo le contaba las 200 cosas que me gustan de él. Una detrás de otra. Iban a ser 100, pero me vine arriba. La verdad es que podrían haber sido 1000 o 1000 millones, pero entiendo que Mateo tiene otras cosas importantes que hacer que leerme.

En la número 200 le contaba lo orgullosa que estoy de él por lo valiente que es. Había estado yendo al cole en esa situación. Con dolor de tripa y a pesar de todo.

La siguiente vez que nos vimos, justo al irme, me dio un sobre disimuladamente para que me lo metiera en el bolso. Me había contestado. Me contaba cosas muy guays y muy secretas, claro. Y así, empezamos a escribirnos.

Varias cartas después, le conté que había un profe que de pequeña se metía conmigo. ¿Sabes que hizo? me escribió una carta contándome él a mí lo valiente que había sido yo en esa situación. Así que la siguiente carta no fue mía: copié exactamente la que él me había mandado, dirigiéndosela a él. Al fnal, le explicaba que la carta era suya, que yo sólo le había ayudado a convertirla en una “carta de amor a mí” (a sí mismo).

Nuestra Isla Amorami

Cartas de Amor a mí. Así empezamos a llamarlas. Y, con el tiempo, nos dimos cuenta de que en esas cartas nos habíamos inventado un lugar imaginario que ya es real para nosotros: Amorami.

Amorami es una isla tropical, porque a Mateo y a mí nos gusta el buen tiempo y que a veces llueva fuerte. Por eso, y porque Mateo y yo hablábamos mucho de viajes. De mochilas que a veces pesan de más. De montañas con pruebas. Y de tanto viajar de mochileros, un día, acabamos llegando a ese lugar. Pero Amorami no es una isla cualquiera: es una isla secreta, como las de los cuentos y los héroes. De esas a las que solo se llega teniendo que nadar los últimos metros, con el corazón latiéndote fuerte, como los piratas. Una isla donde nadie te dice qué eres ni quién tienes que ser. Solo tú.

Tiene una montaña, no de las que se suben: de las que se conquistan. Porque en Amorami hay muchos caminos, pero la gracia está en encontrar el tuyo. Y si no lo encuentras, duermes en la playa, bajo las estrellas. Que ni tan mal. Nosotros tenemos ya cada uno nuestra cabaña de varios pisos en unos árboles. Están bastante guays.

Un día Mateo me preguntó si podemos invitar gente, porque en el nuevo cole, las cosas son distintas y tiene nuevos amigos, pero eso te lo cuento otro día. El caso es que por eso pensamos en hacer esta web y que se venga quien quiera. Aquí hay sitio de sobra.

El Mapa a Amorami

A Amorami solo se llega recordando lo valiente que eres. Si no, no puedes entrar. Cuentan que aparecen tiburones y te comen. Porque Amorami es la Isla de los Valientes.

Y no se llega solo. Quizá Mateo no lo habría hecho sin mí, y segurísimo que yo nunca habría ido sin él. Porque hay travesías que es mejor cruzarlas de la mano.

Por eso, aquí te damos un mapa. No uno perfecto, uno vivo.

Hecho de palabras, de juegos y de dibujos que sanan.

Aún no tenemos pócimas, pero danos tiempo. De momento, tenemos unos cuantos trucazos.

Los Diarios de Valientes, para recordarnos lo valientes que somos.

Las Cosas de Héroes, que enseñan a proteger lo que importa.

Los Packs Familia, para volver a reír juntos y que todo pese un poco menos.

Si queréis uniros, estáis invitados. Y llegaréis arriba, a vuestro ritmo. A veces lento. A veces mojándoos los pies. Pero no ya no iréis solos. Porque en Amorami siempre hay alguien en la orilla, mirando el horizonte y esperando para deciros: Bienvenidos, Valientes.